Entrenar para cualquier cosa hubiera sido un reto el primer año de mi bebé, pero quería algo que me hiciera sentir no solo fuerte y supe poderosa, como todas las mamás deberíamos sentirnos a diario, sino también como mi antigua yo.

Yo –antes de ser mamá– despertaba a las 5:00 a.m. a desayunar, tomar café recién hecho, ir al baño y salir a correr o entrenar mínimo 90 minutos unas cuatro veces por semana, con una sesión de más de dos horas siempre los fines de semana.

Yo –después de ser mamá– aprendí a valorar las horas de sueño. Era una regla: mi bebé dormía profundamente siempre de 5 a 7 de la mañana. Mi cabeza decía: ¡perfecto! Ni se va a enterar que no estás, no omite ninguna toma de lactancia…¡perfecto!

La realidad era otra. A esa hora yo también dormía profundamente, y el cuerpo simplemente no respondía a ningún comando, no importaba cuantas frases motivacionales escribiera en mi despertador, no me iba a levantar a esa hora.

Comencé a pensar, de forma acertada, que sola no iba a lograrlo, que esto era un trabajo en equipo: con el bebé y con mi familia. ¡Necesitaba un sistema de apoyo!

Gael, mi bebé, no había nacido aún cuando me inscribí en la maratón de París, y tenía quizás cinco meses cuando me tomé el entrenamiento en serio.

Corro desde que él tenía 15 días, pero no había pasado de 10k/6millas desde entonces. En ese momento, había sido fácil, en cualquier instante del día, tan pronto el bebé terminaba de comer (lactar), lo llevaba directo al portabebé para que viera a mamá correr en la cinta en el gimnasio.

A medida que se hizo más grande, menos tiempo quería pasar ahí, así que surgió el sistema de apoyo: esposo, mamá, papá, hermanas… Quien estuviera libre se quedaba con el bebé, mientras yo me escapaba a entrenar. ¡Qué fortuna contar con un equipo que entendía perfectamente lo que ese tiempo era para mí!

Al regresar de correr siempre le tocaba al bebé comer, así que directo al pecho de mamá, pero surgió otro reto: ¿cuándo como yo? Pasaba más de una hora y yo, si acaso, me hidrataba. Esto iba a afectar negativamente todo: mi rendimiento, mi recuperación y más importante ¡la lactancia! Entonces, debía planificar, dejar mis comidas semi preparadas y apoyarme, de nuevo, en mi equipo.

Siempre me preocupó que con el entrenamiento el sabor de la leche materna cambiara y el bebé rechazara el pecho por eso. Había leído muchas veces, bien o mal, que el ácido láctico producido durante el ejercicio era capaz de producir ese cambio, pero nunca pasó.

Poco a poco, incorporé a Gael en mis entrenamientos con el coche de correr. Aseguro que hizo las mejores siestas de su vida en ese coche al sonido de mis pasos… aún lo hace.

Así transcurrieron los meses, omití algunos entrenamientos largos pero me sentía tan segura del esfuerzo que había hecho que sabía que cruzar esa línea de llegada era inevitable, que sucedería sin la octava parte del esfuerzo previo.

Así fue… floté por esas calles, besé a mi bebé en el kilómetro 7 donde me esperaba con su tía, y soñé con su sonrisa los otros 35 kilómetros 195 metros.

 

Andrea Rivas Maal es nutricionista, dedicada a trabajar en el área deportiva. Corredora aficionada desde hace siete años y mama primeriza. Venezolana emprendedora en Panamá, co-fundadora de Almendra Panamá, un servicio de comida saludable a domicilio y Ultrafitme Corp., una empresa dedicada a programas de bienestar laboral y promoción de la actividad física.